viernes, 24 de junio de 2011

El 26 de junio de 1996 ganó su segunda Copa Libertadores. Exactamente 15 años después, el 26 de junio de 2011, River se jugará la permanencia.


La degradación de un coloso, en tiempo record



La fecha ya estaba grabada con tinta indeleble en el libro de oro riverplatense. Pero una cadena interminable de desaciertos (dirigenciales y deportivos) llevó a la realidad lo que ni la mente del guionista más morboso hubiese sido capaz de elucubrar para la ficción: el próximo domingo River debe ganarle por dos goles de diferencia a Belgrano, para que el 26 de junio no se transforme en la efeméride más triste de la historia del club.



Desde lo futbolístico la misión también bordea los extremos: está lejos de ser imposible, pero en el ambiente se instaló la sensación de que a River sólo lo salva un milagro o, en su defecto, una providencial ayuda de la AFA; un argumento repetido desde el arranque de la temporada por hinchas rivales que, a esta altura, ya parecen utilizarlo como cábala.



El problema de River es que el descalabro institucional (que incluye un pasivo de más de 200 millones de pesos) se refleja en los futbolistas elegidos para vestir su camiseta: lo que en 1996 resolvían Enzo Francescoli, Ariel Ortega y Hernán Crespo, el domingo deberá ser solucionado por un grupo de jugadores voluntariosos que sienten –en la cabeza y en los pies- una presión que pondría pálido al más valiente de los hinchas que hoy reclaman actitud. Igual la esperanza canta presente, por el peso de la camiseta que defienden y porque, es justo destacarlo, son los mismos hombres que hicieron la mejor temporada de los tres últimos años del club; de hecho, sumaron los puntos necesarios para clasificarse a una Copa, algo que no lograron Boca, Racing ni San Lorenzo.



En el jugador símbolo de este plantel se chocan los extremos: en 1996 Matías Almeyda tenía 22 años y era el motor del equipo que levantó la Copa Libertadores; una década y media después, ya con 37 abriles, “El Pelado” derrocha amor por la camiseta y deja jirones de vida en cada barrida, pero no le alcanza para limpiar tanta basura escondida debajo de la alfombra.





EL PASO A PASO DE LA DECADENCIA



Semejante derrumbe deportivo encuentra su génesis en el aspecto institucional. “El Millonario” hoy no llega a fin de mes, porque debe pagar intereses de deudas generadas por los horrores que vienen cometiendo desde hace años quienes conducen al club. En los 15 años transcurridos entre la obtención de la Copa Libertadores y la caída en la Promoción, la degradación fue gradual y se aceleró de manera inusitada a partir de 2005.



Aunque hoy pocos lo recuerden, una de las grietas significativas se abrió en la última etapa (1998-2001) de David Pintado con Alfredo Dávicce. Además del saco roto en el que cayeron los millones de dólares que ingresaron por ventas de jugadores, en el club se instaló un mecanismo de pensamiento autodestructivo: la resurrección de Boca (de la mano de Bianchi) generó desesperación en dirigentes, hinchas, técnicos y jugadores y provocó, a partir de una loca carrera por equiparar los éxitos internacionales ajenos, que los títulos locales empezaran a verse como logros menores y apenas se celebraran.



La brújula se había perdido y los socios del club creyeron ver el norte en la figura de José María Aguilar. Sin embargo, todo fue una ilusión que condujo al club al abismo: el nuevo presidente falló una y otra vez en las elecciones de entrenadores y de futbolistas (el último plantel competitivo fue el de 2005), lo que provocó que los resultados deportivos fuesen cada vez peores hasta llegar al humillante último puesto con el “Cholo” Simeone. Además crecieron los niveles de corrupción interna y el club empezó a llenar las páginas de secciones policiales, porque fue tomado por una barrabrava que salpicó de sangre a todos.



El imperio futbolístico que con talento y sudor construyeron glorias como Labruna, Alonso, Amadeo Carrizo, Ramón Díaz y Francescoli (entre otros) estaba desmoronado. Y para restaurar el brillo de Roma llegó Daniel Passarella, otro héroe futbolístico del club con personalidad de emperador, que tiene la ardua misión de reconstruir a un coloso. Lo que tiene claro es que, para tener chance de reacomodar el descalabro externo, necesita una victoria inmediata (por dos goles de diferencia) en el “verde césped”.

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